UN MUNDO SIN AGUA
Desde 2020, el agua, la base de la vida en la Tierra, comenzó a cotizar en el mercado de futuros de materias primas de las principales plazas financieras internacionales debido a su escasez, y cuyo precio fluctúa como lo hacen el petróleo, el oro o el trigo. Sin embargo, la realidad es que el trato del agua como una mercancía no es una novedad en la mayoría de los países.
El capitalismo mercantiliza los bienes de la naturaleza, los frutos del trabajo humano y todos los aspectos de nuestra vida. El calentamiento global, los desmontes y los incendios están cambiando el ciclo del agua, a lo que se suma el envenenamiento de miles de fuentes de agua en todo el mundo como producto de la contaminación que provoca la producción capitalista (minería, fumigaciones en la agricultura, desechos industriales, líquidos cloacales, entre otros). En muchos países vemos cómo los gobiernos autorizan un mínimo de sustancias tóxicas (como agroquímicos) en el agua para el consumo humano, algo demencial dado los efectos que acarrea sobre la salud.
Los picos nevados se están descongelando y los glaciares se están perdiendo por el deshielo, lo que impacta el equilibrio natural y causa una reducción de fuentes de agua tanto para uso humano y animal como para la producción. Se prevé que la nieve y el hielo del Himalaya, que abastecen a la agricultura de Asia en grandes cantidades, disminuirán un 20% para 2030. En los Andes, el retroceso glaciar ha reducido las reservas hídricas de Perú, Bolivia y Chile, generando sequías prolongadas y crisis en la provisión de agua para millones de personas.
Argentina, California, el sur de Europa, India, Australia son algunas de las regiones en riesgo, según un estudio presentado en la conferencia anual de la American Geophysical Union, que se celebró en San Francisco, California, en diciembre del 2016. Otras investigaciones presentadas en dicha conferencia aseguran que el agua almacenada en el subsuelo tanto de la cuenca superior del río Ganges en India, como del sur de España o Italia, podría agotarse entre 2040 y 2060.
Sudáfrica ha sido un caso paradigmático en la crisis hídrica global. En 2018, Ciudad del Cabo estuvo al borde del "Día Cero", cuando sus reservas de agua potable estuvieron a punto de agotarse, obligando a racionamientos severos y restricciones extremas. Aunque se logró evitar el colapso total, la crisis evidenció la vulnerabilidad de las grandes ciudades frente a la escasez de agua y cómo el cambio climático agrava estos problemas.
Otro caso alarmante es el de Siria, donde la crisis hídrica ha jugado un papel crucial en los conflictos de las últimas décadas. Desde 2006, una sequía prolongada, considerada una de las peores en la historia del país, devastó la producción agrícola y forzó el desplazamiento de más de un millón de personas desde las zonas rurales hacia las ciudades. La escasez de agua exacerbó las tensiones sociales y contribuyó a la inestabilidad que desembocó en la guerra civil. A día de hoy, muchas regiones de Siria siguen sufriendo falta de acceso a agua potable debido a la destrucción de infraestructuras y la sobreexplotación de los recursos hídricos.
Estamos frente a una disputa por lo que queda de agua dulce en el mundo. La cotización en las bolsas de valores llevará naturalmente a que sectores capitalistas del agro, la minería, la alimentación o los hidrocarburos no convencionales puedan apropiarse del agua con operaciones a futuro, privando a la población del acceso a la misma. También será un gran negocio para quienes se apropien de los últimos reservorios de agua pura no contaminada. La especulación con el agua no es una simple posibilidad: ya ocurre en lugares como Chile, donde el Código de Aguas permite la compra-venta de derechos de uso del agua, beneficiando a grandes empresas agrícolas y mineras, mientras comunidades enteras sufren sequías extremas.
En 2008, un informe de Goldman Sachs la denominó “el petróleo del siglo XXI”. En dicho estudio se recuerda que el consumo se duplica cada 20 años, y que en 2025 un tercio de la población global no tendría acceso al agua potable. Pocos años después se fundaba la Aqueduct Alliance, de la que formaban parte dicho banco, el JP Morgan, la General Electric y Shell, cuyo objetivo es compartir información estratégica.
“El agua es un negocio seguro”, recuerda Jorge Olcina, director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante. “Se obtiene generalmente con bajo coste (lluvia, ríos, lagos) o moderado (depuración, desolación), y se puede vender a un alto precio a los consumidores (agua del grifo o embotellada)”.
Empresas como Coca-Cola se hacen de los recursos hídricos de países como la India o México (Chiapas) por monedas, a costa de las penurias de pequeños productores y de la población. Nestlé es poseedora de alrededor de 100 fábricas de agua embotellada en todo el mundo.
El caso de México es una muestra del negocio del agua para el consumo humano, ya que la mayoría del agua que se distribuye en la red no es segura y la población debe apelar al agua envasada en manos de pulpos privados. Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de 2011, citado como referencia por los académicos que estudian el tema en ese país, determinó que 81% de los mexicanos consume agua embotellada. Los hogares terminan desembolsando entre 5% y 10% de sus ingresos en agua embotellada, y en los de menores recursos ese gasto llega a representar el 20% o 30% de los ingresos.
En Argentina, el negocio del agua también avanza. La empresa estatal israelí Mekorot, conocida por su rol en la privatización y control del agua en los territorios palestinos ocupados, ha intentado expandir su influencia en América Latina. En 2011, el gobierno de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires firmó un convenio con Mekorot para asesoramiento en la gestión del agua. Más recientemente, esta empresa ha participado en proyectos hídricos en distintas provincias, buscando consolidar un modelo de gestión centralizado y privatizador que favorezca a grandes corporaciones y a la agroindustria, en detrimento del acceso popular al agua.
La cotización del agua en las bolsas del mundo no garantizará entonces mayores cuidados ni aminorará la depredación ambiental, sino que simplemente sumará un nuevo terreno de especulación capitalista. De hecho, es la producción de las commodities lo que destruye el ambiente y el agua en particular.
Por eso se popularizó el lema “si el capitalismo destruye al planeta, destruyamos el capitalismo”. Es una bandera que deben levantar las organizaciones socioambientales para luchar junto a la clase obrera para destronar este régimen social de explotación en franca decadencia.
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