Las bestias han vuelto
Pero no son nuevas. Son los mismos fantasmas de siempre, convocados por un sistema que se ahoga en su propia podredumbre. Un régimen caduco, que desde la crisis de 2008 no hace más que tambalearse, se aferra a la violencia y el odio como último recurso, como un cadáver que aún se niega a dejar de moverse.
Las soltaron en las calles el miércoles, cuando los palos de la policía cayeron sobre los huesos frágiles de los jubilados. Cuando la represión se ensañó con los que, después de una vida de trabajo, se niegan a morir en la indigencia. Cuando les arrebataron a los discapacitados lo poco que tenían, cuando el desprecio por los pobres se volvió programa de gobierno, cuando el poder escupió con más fuerza su odio contra mujeres, migrantes, trabajadores.
Las bestias han vuelto, pero no por su propia voluntad. El capital, viejo y moribundo, les insufla vida como quien aviva una hoguera en ruinas. Porque sabe que sin ellas no puede seguir existiendo. El fascismo es su último truco, su último grito de guerra antes del colapso. Su manera de posponer la fecha de su muerte.
Pero las bestias no pueden sostener lo que ya está muerto.
Podrán golpear, podrán sembrar miedo, podrán envenenar con su odio a los desesperados. Pero no pueden escapar a su destino. La historia es implacable. El capital ya mostró su agotamiento, su descomposición. Y cuando un sistema deja de ofrecer siquiera la ilusión de futuro, cuando su única respuesta es la represión brutal y el discurso del enemigo interno, su final es solo cuestión de tiempo.
Porque más temprano que tarde, el pueblo será su sepulturero.
Las bestias han vuelto, sí. Pero no para quedarse.
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